La abuela se ha ido hoy. Cuando la conocí hace siete meses me apretaba la mano y se la acercaba a sus labios para besármela. Yo bromeaba con ella sobre la fuerza que tenía. Nos entendíamos con la mirada y la sonrisa. Lenguaje universal. Me alegraba llegar y encontrarla en su cama descansando. Siempre estaba allí, parecía que nos esperaba. Cada día pasaba a verla a su habitación y me quedaba un rato con ella y con Mangi, la mujer que la cuidaba. Ninguna de las dos hablaba inglés y mucho menos español, pero no importaba. Qué verdad es que cuando las personas nos queremos entender, nos entendemos a pesar de las dificultades y cuando no queremos, no hay fuerza mayor que nos convenza.
Cuando llegué de la escuela los hombres de la familia bajaban su cuerpo, envuelto en sábanas blancas, a la planta baja, al jardín. Allí se la colocó en una cama y rodearon su cuerpo con flores frescas. Solo se le veía su cara morena y parecía que descansaba, por fin. Eran las tres de la tarde y hacía un día espléndido.
El jardín se llenó de personas que deseaban acompañar a la familia y que hablaban de la abuela. Había sido una persona enérgica, con mucha fuerza y era muy querida por todos. Y yo me pregunto, ¿qué dirían de nosotros si nos fuéramos mañana? ¿Cómo queremos que nos recuerden los que se quedan? ¿Hemos dicho lo que tenemos que decir? ¿Hemos hecho lo que tenemos que hacer? ¿Vivimos nuestra vida como queremos vivirla? ¿Hacemos algo para cambiar lo que no nos gusta?
El momento del crematorio fue impactante para mí. Al aire libre se colocaron unos troncos de madera y cuatro estacas de hierro de forma estratégica. A continuación, el cuerpo de la abuela y más troncos de madera sobre ella. De este modo ya no se veía el cuerpo. Las dimensiones serían de un metro y medio de alto por dos de largo. Todo fue muy rápido y mientras las llamas ardían, los asistentes nos desplazamos al templo para rezar por ella.
Unos días antes estábamos celebrando el nacimiento de un bebé en la familia. Es el ciclo de la vida: unos llegan y otros se van. Y lo único que nos queda es preguntarnos si vivimos como queremos vivir. Si la única vida que tenemos la estamos aprovechando. Y recuerdo a J. Manrique. No importa lo que tengamos, si mucho o poco, el final será el mismo para todos.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu’es el morir;
allí van los senoríos
derechos a se acabar
e consumir;
Allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.
La diferencia reside en la vida.